miércoles, 22 de marzo de 2017

MANUEL GONZÁLEZ PRADA EN EL POLITEAMA

¡JÓVENES A LA OBRA. VIEJOS A LA TUMBA!

Fue en el antiguo teatro Politeama hace 128 años y 8 meses. El joven Gabriel Urbina, alumno del Convictorio Peruano de Lima, arrancó su discurso: brioso como un corcel.
Ante la estupefacción de quienes le escuchaban silabeó con evidente desdén: “Los que pisan el umbral de la vida se juntan hoy para dar una lección a los que se acercan a las puertas del sepulcro. La fiesta que presenciamos tiene mucho de patriotismo y algo de ironía: el niño quiere rescatar con el oro lo que el hombre no supo defender con el hierro”
30 de julio de 1888. Durante la viril ceremonia comenzó la colecta nacional para pagar el rescate de las provincias de Tacna y Arica, cedidas por diez años a Chile, mediante el vergonzante Tratado de Ancón, firmado después de la guerra.
Por supuesto, el patilludo presidente de la  república, general Andrés Avelino Cáceres, que asistía como invitado principalísimo puso cara de poto en cuanto escuchó el desafío. Y, con todo el protocolo del mundo, le imitaron los ministros y sus esposas solidarias que le acompañaban.
Era una filosa crítica, cargada de ponzoña,  a los dueños del poder que, según don Manuel González Prada, autor del discurso del Politeama, habían propiciado la claudicación y traición a la patria.
Con voz altanera el joven escolar continuó: “ Los viejos deben temblar ante los niños, porque la generación que se levanta es siempre acusadora y juez de la generación que desciende. De aquí, de estos grupos alegres y bulliciosos, saldrá el pensador austero y taciturno; de aquí, el poeta que fulmine las estrofas de acero retemplado; de aquí, el historiador que marque la frente del culpable con un sello de indeleble ignominia”
Digamos que los asistentes que aplaudían a rabiar y daban vivas al Perú y mueras a Chile, hicieron cambiar el semblante a los dignatarios, aun cuando los tambores retumbaban más y mejor, conforme avanzaba el discurso: “En la orgía de la época independiente, vuestros antepasados bebieron el vino generoso y dejaron las heces. Siendo superiores a vuestros padres, tendréis derecho para escribir el bochornoso epitafio de una generación que se va, manchada con la guerra civil de medio siglo, con la quiebra fraudulenta y con la mutilación del territorio nacional”
Después de las nueve de la noche, el joven Urbina continuó con el obús de su voz: “La mano brutal de Chile despedazó nuestra carne y machacó nuestros huesos; pero los verdaderos vencedores, las armas del enemigo fueron nuestra ignorancia y  nuestro espíritu de servidumbre”.
Cuando muchos de los que habían pagado ocho soles por cada palco o cincuenta céntimos por un asiento en platea, pensaban que no habría más latigazos a nuestros gobernantes y principales que actuaron en la guerra, Urbina se empinó hacia la gloria cuando al referirse a la labor futura de la juventud dijo: “En esta obra de reconstitución y venganza no contemos con los hombres del pasado: los troncos añosos y carcomidos produjeron ya sus flores de aroma deletéreo y sus frutas de sabor amargo. ¡Que vengan árboles nuevos a dar flores nuevas y frutas nuevas! ¡Los viejos a la tumba, los jóvenes a la obra!”.
El Politeama estalló en vivas y aplausos. Un loquerío. El ambiente se mantuvo hasta que concluyó el discurso que había escrito don Manuel González Prada: “Verdad, hoy nada podemos, somos impotentes; pero aticemos el rencor, revolvámonos en nuestro despecho como la fiera se revuelca en las espinas; y si no tenemos garras para desgarrar ni dientes para morder ¡que siquiera los mal apagados rugidos de nuestra cólera viril vayan de cuando en cuando a turbar el sueño del orgulloso vencedor”.
Al día siguiente, por supuesto y tal como sucede ahora, ningún periódico de la prensa oficiosa y lameculo publicó ni una nota sobre el extraordinario y muy aplaudido discurso del Politeama que, como queda dicho, escribió González Prada y el joven Urbina Leyó contrito.
Solo tres días después El Comercio publicó que no no había sido atinada la idea de mezclar en la actuación juvenil conceptos que se referían a la política del momento.
El solitario La Luz Eléctrica, que dirigía el anarquista italiano Emilio Zequi, publicó el discurso completo en tres ediciones seguidas. Al final la imprenta donde se editaba fue clausurada por el gobierno de Cáceres.
Casi un mes después, en la Opinión Nacional apareció un largo ensayo de E. Zevallos Cisneros quien, pese a la orientación oficialista y clerical del diario, sostuvo: “Hasta hoy el señor González Prada era una reputación literaria, desde hoy es un apóstol”.
Esta es la sintética historia de cómo y de dónde salió la frase lapidaria “los viejos a la tumba. Los jóvenes a la obra” como única alternativa para superar el pasado vergonzoso y vergonzante de la guerra y la clamorosa derrota en 1879. Y es por esto que, ahora que nuestro país requiere de sangre nueva y árboles nuevos que den flores nuevas y frutos nuevos, es correcto levantarla como grito de batalla para impedir que al Congreso, a las alcaldías y gobiernos regionales lleguen árboles podridos, viejos políticos, que deben dar paso a los jóvenes que son los dueños del Perú de mañana. ¡LOS VIEJOS A LA TUMBA. LOS JOVENES A LA OBRA!
(Luis Alberto Sánchez, Manuel Zanutelli y el difunto Willy Pinto Gamboa han escrito profusamente sobre el tema)

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